Por Sofia Arriola.

Y si la intensidad y el drama entre las lesbianas fue heredado de una de nuestras referentas?

Sor Juana Ines de la Cruz nació en un pueblo en México. Dicen que a los tres años ya sabía leer pero no solo se destaca por su inteligencia y habilidades allá por el XVII, donde se convirtió en un ejemplo de que las mujeres pudieran adquirir conocimientos cuando se disfrazó de varón para poder asistir a la universidad sino que también se hizo monja para escaparle al matrimonio y dedicarse al conocimiento, constituyéndose una de las más grandes figuras femeninas de la literatura Barroca.

Aparte, esta señora siendo una de las grandes poetas, se enamoró de la virreina de México, María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, condesa de Paredes, protectora de la escritora y promotora de su obra.

Las editoriales se negaron por varios años a publicar los poemas que revelaban este romance, sobretodo porque trataba de un romance no consumado y no solo una intriga palaciega, como solía suceder. Todos sabían que Sor Juana era “la más querida” de la virreina y esto hizo que a diferencia de muchas mujeres, incluso contemporáneas, ella sea incluida.

Más de cincuenta poemas dedicados o hablando de su amor “Lisi”, como la llama en los versos. En estos deja en claro que ama a la virreina, sin importar la correspondencia de ese amor y también planteando que para que aquel deseo se mantenga vivo, no debería realizarse, más allá de la imposibilidad que el contexto sugiere: por los votos de castidad de Sor Juana, por el lesbianismo siendo tabú y por la jerarquía entre virreina y plebeya.

¿También habremos heredado ese romanticismo puesto en la imposibilidad?

De todas formas, tal como lo dicen sus escritos, cuando la poeta le dejo de escribir, la virreina fue a buscarla y tuvieron una pelea que terminó con las lágrimas de Juana.

Se cuenta que Lysi se llevó con ella y conservó hasta su muerte un retrato de Sor Juana y un anillo que la monja le regaló. Lesbodrama de época.

Tres poemas de Sor Juana:

1 – Hombres necios que acusáis
a la mujer sin razón,
sin ver que sois la ocasión
de lo mismo que culpáis.

Si con ansia sin igual
solicitáis su desdén,
¿por qué queréis que obren bien
si las incitáis al mal?

Combatís su resistencia
y luego con gravedad
decís que fue liviandad
lo que hizo la diligencia.

Parecer quiere el denuedo
de vuestro parecer loco
al niño que pone el coco
y luego le tiene miedo.

Queréis con presunción necia
hallar a la que buscáis,
para pretendida, Tais,
y en la posesión, Lucrecia.

¿Qué humor puede ser más raro
que el que, falto de consejo,
él mismo empaña el espejo
y siente que no esté claro?

Con el favor y el desdén
tenéis condición igual,
quejándoos, si os tratan mal,
burlándoos, si os quieren bien.

Opinión ninguna gana,
pues la que más se recata,
si no os admite, es ingrata,
y si os admite, es liviana.

Siempre tan necios andáis
que con desigual nivel
a una culpáis por cruel
y a otra por fácil culpáis.

¿Pues cómo ha de estar templada
la que vuestro amor pretende,
si la que es ingrata ofende
y la que es fácil enfada?

Mas entre el enfado y pena
que vuestro gusto refiere,
bien haya la que no os quiere
y queja enhorabuena.

Dan vuestras amantes penas
a sus libertades alas
y después de hacerlas malas
las queréis hallar muy buenas.

¿Cuál mayor culpa ha tenido
en una pasión errada:
la que cae de rogada
o el que ruega de caído?

¿O cuál es más de culpar,
aunque cualquiera mal haga:
la que peca por la paga
o el que paga por pecar?

¿Pues para qué os espantáis
de la culpa que tenéis?
Queredlas cual las hacéis
o hacedlas cual las buscáis.

Dejad de solicitar
y después con más razón
acusaréis la afición
de la que os fuere a rogar.

Bien con muchas armas fundo
que lidia vuestra arrogancia,
pues en promesa e instancia
juntáis diablo, carne y mundo.

2- «Yo adoro a Lisi, pero no pretendo
que Lisi corresponda mi fineza;
pues si juzgo posible su belleza,
a su decoro y mi aprehensión ofendo.

3- «Divina Lysi mía
/Perdona si me atrevo
A llamarte así, cuando
Aún de ser tuya el nombre no merezco»,

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