Por Gabriel Rodriguez.
El hartazgo que decidió lanzarse a la calle, salir de las casas, de los trabajos, de las facultades. Onganía representaba otra dictadura más de los uniformados, que unificaba a la perfección la tradicional política de liberalismo económico en beneficio del gran Capital nacional y extranjero, con una fórmula de pacificación nacional a fuerza de palo, bala, y detenciones.
Salarios congelados por dos años, devaluación del 40%, suspensión de convenios colectivos de trabajo, la explotación petrolera abierta de par en par a la rapiña de los grandes monopolios internacionales del crudo. Todo coronado con la represión y final expulsión del país a tantísimos intelectuales y académicos que resistían al oscurantismo cultural llegado y profundizado en 1966.
Se dice que hubo causas. Se habla de los sindicatos de Luz y Fuerza, del Smata, de la UTA, de la UOM. Imposible no recortar la figura de Agustín Tosco, de Elpidio Gonzalez; dirigentes activistas de los que irían a la cabeza y no con sus cabezas en las manos de las bases. Exigían la normalización institucional, aumento de salarios a niveles anteriores a Krieger Vasena y su plan de pauperización de la clase obrera, vuelta al trabajo de los despedidos por usar la huelga como modo de defender derechos adquiridos. Y siempre una Universidad que estuviera abierta y posible para todos los hijos de los trabajadores, para todas las hijas.
El gobierno provincial decidió suprimir el denominado “sábado inglés” de trabajo medio día, lo que desembocó en una huelga de 36 horas que sería colosal, y mucho más. Con multitudinarias caminatas en columnas hacia el centro de la Docta: de casi todos los gremios salen obreros (sólo la gente del gordo Vandor se queda quieta en su guarida de lobo, traidor y pactador con la denominada Revolución Argentina). Pero lo que surge de las entrañas de la ciudad mediterranea es mucho más que un rechazo de coyuntura, no es algo que sea la orden de una dirigencia gremial, simplemente como manos alzadas en un plenario obrero de delegados. Lo que va a dominar el territorio durante más de veinte horas, es una furia popular de rebelión ante años de deterioro en todos los aspectos de la vida política, económica, y social. Obreros, empleados, amas de casa, vecinos y vecinas, estudiantes, una turba que sobrepasó cualquier plan de lucha propuesta por los sindicalistas. Y armó barricadas en las esquinas, y dio vuelta colectivos, y prendió fuego todos los símbolos físicos del poder de las multinacionales en el país. Con fraternidad atendió a sus heridos, con solidaridad hizo rajar de la escena a la impotente policía provincial, solo con la entrada del ejército nacional fue contenida tanta bronca acumulada. Rencor de explotado, de apaleado en el día a día, empobrecidos y empobrecidas minuto a minuto. “Me pareció ser el jefe de un ejército británico durante las invasiones inglesas. La gente tiraba de todo desde los balcones y azoteas”, dijo el general Elidoro Sánchez Lahoz, el encargado de reprimir y “normalizar” la capital cordobesa.
Finalmente el saldo fueron cientos de heridos y detenidos (entre ellos el gringo Tosco), la muerte del joven obrero de la IKA Máximo Mena, un Augusto Vandor exultante por lo que creía un golpe mortal a la organización sindical, contraria a sus pretensiones de negociación con el gobierno de facto. El otro saldo fue una herida de muerte a la figura y la estrella de Onganía, la manifestación de que cuando las grandes masas empujan el presente de humillación puede recular.
La historia quedó preñada para siempre de insurrección despúes de aquel mayo argentino, cordobés, y popular. El aire siempre contendrá el rumor vindicador del Cordobazo. Que fue del pueblo. Porque el Cordobazo fue del pueblo.
La Comunidad LAMÁS MÉDULA CLUB te necesita para seguir creciendo.
Para que tenga voz tu voz.
Asociate Texto del enlace
0 comentarios