Por Gabriel Rodriguez.
Es increíble que sobre esa fría mesa el club Progreso esté el cuerpo sin vida de Don Leandro. En una época de descontento popular y de preeminencia del poder reducido a un par de familias, parece demasiado castigo este balazo disparado por una mano lejana. No digo la suya porque usted no se suicidó como dicen, sino que lo mató la mano de la persecución, la de la intimidación, y finalmente la de la traición de los propios. ¿Y ahora qué hacemos Don Leandro?
El hombre revolucionario se llamaba Alén, aunque él prefería, como primera rebeldía en su larga lista de rebeliones, que lo conocieran por Além. Nicéfolo quedará para que alguien se pregunte mucho tiempo después por esa letra n que está entre Leandro y Além. Como si éstas fueran dos personas distintas. En cierta forma en el fundador de la Unión Cívica Radical habitaron dos personas distintas, pero unidas por ideales propios de una época de exclusión y dominación. No se sabe bien en cuál de ellos estaba el hacedor de política reivindicativa, el tribuno de la palabra movilizadora, el de la razón moderando al reflejo; ni quien era el soldado de la Triple Alianza, el
orador de conspiración en mano, el revolucionario activo con planes de combatividad feroz.
La respuesta es obvia: los dos hombres es el hombre. Abogado, poeta, desembarcó en la función pública para brindarse a sus ideas y para intentar llevarlas adelante contra cualquier obstáculo. Siempre chocando contra los intereses de su era vio desdibujarse sus pretensiones de una nación libre y basada en el respeto supremo por el orden institucional. Luchó por mantener ese identikit de un futuro moral y magno, pensado por él, luchado por varias generaciones posteriores.
Influyó en la renuncia de Juárez Celman cuando llevó adelante la Revolución del Parque de Artillería; levantamiento armado mejor definido espiritualmente y animicamente, que planificado con maestría militar. Tal el resultado de derrota en el campo de batalla, aunque jamás en el escenario de los reclamos intelectuales de mayor participación en la organización del Estado argentino. La llama encendida en la mente del pueblo todo no fue apagada por la frustrada rebelión, siguió allí, en cada piel, en cada privación ciudadana.
Quiso una Argentina que no vio. Cuando venía en su automóvil para el Progreso dejó unas migas por el camino, para que las siguieran sus discípulos (entre ellos su esquivo sobrino Hipólito Yrigoyen), como guía hacia la lucha que hoy debe seguir. Dijo que no iba a doblegar su cabeza en la batalla pero lo hizo, con las consecuencias ahora recostadas en esa mesa, sangrando bajo un poncho de vicuña.
¿Y ahora qué hacemos Don Leandro?
Podría haber dicho: “vayan con mi sobrino, que está hecho de lo mismo que yo, y sabe cómo sigue mi vida”. Pienso yo.
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Gabriel Rodriguez
Profesión
Gabriel Rodríguez nació en Lomas de Zamora en 1974. Estudió historia en el Joaquín V. González y Ciencias de la Comunicación en la UBA. Publicó un poemario y el libro de historias y microcuentos “Buenos Aires, ciudad de Luces y sombras”. Se desempeñó como educador popular y colaboró en diversos medios alternativos.
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