Por Virginia Janza.

Hace diez años, ese martes 13 en el que mi ahijada cumplía un año, nos quedamos hasta tarde siguiendo el debate con César. ¡Tenía tantas ganas de que se aprobara la Ley de Matrimonio Igualitario en el Senado! Es difícil explicar ese sentimiento que te agarra de justicia, de verdad, de libertad. Un baño de revolución consciente que te inunda de amor y empatía. Es difícil de transmitir.

Algunxs pensarán que lo digo porque soy la orgullosa hermana de un orgulloso leonino que es gay; otrxs, porque siempre fui seguidora del amor, sin importar sus manifestaciones; o porque leí en una de las Marchas del Orgullo en la Plaza, de la mano de mis queridos Color Pastel; o porque mi entorno, suelen decir, es predominantemente gay o fluido (nunca hice una estadística). Pero no.

Como siempre digo, soy del veintitrés por ciento, ese que siguió a quien dijo que había que desplazar el oscurantismo para hablar de la inclusión.

Esa noche se hizo tan tarde. No nos podíamos dormir, y nos quedamos en el sillón del living semidormidos aunque atentxs, como si se estuviera debatiendo si nosotros dos nos podíamos casar o no. (No podíamos imaginar, en ese momento, que algo más que el dinero pudiera retrasar nuestra decisión de iniciar un matrimonio. ¿Pueden siquiera imaginar que el Estado, que debería garantizar nuestra libertad, nuestros derechos, no nos permitiera ejercerlos? Ya bastantes limitaciones nos impone el dinero, ¿no?).

Porque de eso se trataba y se sigue tratando, de sumar derechos para todxs o restarnos un poco de humanidad, de alegría y de corazón a cada unx.

De eso se trata y se sigue tratando, de incluir, de aceptar, de aprender, de escuchar, de seguir creciendo cada día. Con todo, con todxs. No me canso de decirlo.

Hoy es una fiesta, como hace diez años. Un motivo de alegría, de festejo, de orgullo. La inclusión, me da pudor decir cosas que son tan obvias pero siguen siendo tan necesarias, es un derecho y una obligación. De todxs.

Basta de mirar para el costado porque «no te toca» o de buscar tener amigxsgays o trans o queers o fluidos para intentar entender. ¿Qué es lo que hay que entender? ¿Qué es lo que hay que aceptar?

Cada persona es un mundo maravilloso por descubrir y juntxs somos un hermoso arcoíris.

Lamento si algunxs creen que el tono AutoXuxa está de más. No está de más. Créanme, todavía no está de más. (Hay tanta mierda acumulada, dispersa en gente que todavía ni siquiera se sentó a probar bocado).

En estos diez años tuve la suerte de conocer parejas de distintas ideologías, de diversos géneros, de variados orígenes, tendencias, deseos, sueños y perspectivas. Mas de 20.000 parejas del mismo sexo contrajeron matrimonio en los últimos diez años en la Argentina. Fui testigo y partícipe del amor en tantas formas. Y sin embargo, soy un bebé de pecho en el sentido de la deconstrucción, todavía me falta tanto.

Hoy, desde mi orgullosa soltería y mi reconocida falta de deseo de maternar más que gatxs o proyectos, me siento tranquila en poder tomar una decisión gracias a que tengo un derecho y otrxs lo tienen también.

Gracias a que tengo ese derecho y otrxs lo tienen sé que tomé una decisión sin presiones, sin culpas, sin falta de deseo.

Gracias, entonces, a esos treinta y tres que votaron a favor. Qué importante es el laburo que hacen (ténganlo en cuenta, ejem).

Gracias a cada unx de nosotrxs que cada día hacemos ese inmenso y hermoso trabajo de no intentar entender nada en ese sentido, de aceptar, luchar y aplaudir cada paso ajeno como propio.

Porque es propio, ¿o todavía no nos dimos cuenta?

La senda peatonal del Congreso de la Nación fue pintada con los colores de la bandera LGTBI+, en conmemoración de los 10 años de la ley del matrimonio igualitario.

Fotos: Télam

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