Por  Mauro Lionel Zamijovsky.

En conmemoración del aniversario de la publicación de The catcher in the rye el 16 de julio de 1951.

A muchos argentinos nos complace pensar que gozamos de fama mundial por nuestra cultura del aguante. Los que mayoritariamente lo reconocen y festejan (diría casi los únicos) somos los mismos argentinos. Es curiosamente un fenómeno que alcanzó su pico en la década de los 90. Quien guste puede ensayar las causas sociológicas, no se hará en este apartado.

Recuerdo haber seguido sin constancia un programa de TV con ese nombre, El aguante, cuya gracia consistía en mostrar las manifestaciones de fidelidad y pertenencia de los hinchas hacia su club. La pertenencia, como es sabido, se basa en el principio básico de la exclusión, y en el caso del fútbol –por incapacidad, o por motivos menos inocentes- el amor se tergiversa rápidamente en agresiones al que no se embandera con los mismos colores. En el 2008, tras doce años de emisión, se levantó el programa por considerársele incitador de violencia. Lo curioso es que en un principio había sido concebido para retratar el folklore no solamente del fútbol, sino también de la música. Pasemos entonces a este campo.

Hay unanimidad en el concierto del rock respecto a que el público argentino es el mejor del mundo (suena petulante siendo quien escribe estas líneas argentino, pero ciertamente no puedo hacerme chileno o ecuatoriano a conveniencia). Hace algunos días me descubrí conmovido mirando la devoción de la gente en el último recital que AC/DC brindó en el estadio de River Plate. De ese video pasé a otro: Rolling Stones en Argentina, mismo resultado. A esta altura, concediéndonos ciertas exageraciones estadísticas, podemos afirmar que somos una nación orgullosa -quizá demasiado orgullosa- de sus pasiones. Tejemos una épica de cualquier idiotez y la llevamos al filo de la tragedia.

¿Resulta imposible un escenario de guerra civil, anomia, saqueos y decenas de fallecidos como consecuencia de la remoción de Los Simpsons de la programación estable de Telefé? Lo verosímil, tristemente para nosotros, es una categoría cada vez más abarcativa. El apasionamiento (del cual nos jactamos) era para los antiguos algo que debía curarse. La lengua refiere un origen común de las palabras pasión y patología. Sea como sea, lo quieran los sabios griegos o no, no vamos a juzgarnos. No porque no debamos, sino porque nos hemos demostrado incapaces.

A lo que se apunta con esta larga introducción, lo que verdaderamente quiere decirse, es que Salinger (aquel que tras la publicación de El guardián entre el centeno se recluyó sus últimos 60 años en un encierro autoimpuesto en Cornish, New Hampshire, para evitar –sin éxito- la intromisión de fanáticos y periodistas en su intimidad) eligió mal su agente inmobiliario. Estados Unidos es un inmenso nido de psicópatas que devoran a sus ídolos. Los que no terminan con la cabeza agujereada, mueren de sobredosis en el baño de un hotel de lujo o acelerando su Lamborghini a 300 km/h. Los sobrevivientes son empujados al límite por la prensa sensacionalista. Tan célebres y abundantes son los casos que mencionarlos sería agotador. Salinger estuvo cerca de haber engrosado la lista. Zafó, pero vivió como un fugitivo hasta sus últimos días. Lo que sostengo, con total seriedad, es que Salinger debería haber venido a la Argentina. No digo a Florencio Varela o a Moreno, pero sí a Trenque Lauquen, a La Falda, a Bahía Blanca. La casuística me avala: el mítico “Zorro” Guy Williams, y Dee Dee Ramone. Les brindamos afecto y les salvamos la vida. Salinger también podría haber sido feliz acá, por más que seamos un país inviable. Y estoy a esto de afirmar que si Elvis, Kurt Cobain o Amy Winehouse hubieran ido dos meses a la quinta de Palito Ortega, este domingo lo teníamos cantando en el programa de Mirtha. Te hubiéramos querido acá, Salinger. Habríamos hecho guardia con nuestros gorros de caza en la puerta de tu residencia en Alta Gracia, cuidando que ningún salame se te acercara a sacarte fotos o a preguntarte por Holden Caulfield. Podríamos haber ido a hacerte los mandados. Sólo tenías que decir: “doscientos de paleta, doscientos de cremoso, y tres figazas”, y nos ibas a ver salir como rayos. O podíamos tan sólo haberte dejado en paz. Si hubieses tenido un poco de eso, quizás, seguías publicando. ¿O me equivoco? Cortar leña para la salamandra, saludar a los chicos de guardapolvo, ir a ver a Racing de Córdoba, escuchar a La Mona, discutirles a muerte a los peronistas. Esa vida linda y sencilla te esperaba acá. Qué bonito hubiera sido, Salinger, si venías por estos pagos. Por vos y por nosotros, tus hinchas. Nos la perdimos, te faltaron pelotas para el amor. Quizá en esta encarnación, simplemente, no nos merecías.

Gentileza de El turrito. Litera turra del conurbano sur / Colectivo de escritores (Alto bondi)

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1 Comentario

  1. Gabriel Rodriguez

    Gran escritor Salinger. Casualmente estoy leyendo sus «Nueve Cuentos».

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