Por  Leonardo Nicolás Romano y Jorge Hardmeier. Edición Jorge Hardmeier.

Esta mañana murió Jorge Schussheim, músico, publicista, actor, cocinero, humorista y director de coro. Gracias a la gentileza de Jorge Hardmeier compartimos con nuestros lectores la entrevista publicada originalmente en la revista El Anartista en el año 2003.

Jorge Schussheim nos recibe en Big Mamma, uno de sus restaurantes. Anuncia que él hará la primera pregunta: ¿Quién soy yo para que ustedes vengan a hacerme una nota? Le ex-plicamos que ha llegado a nuestras manos un casette (prácticamente inconseguible, jamás pasado a formato CD, por supuesto): “No todo va mejor con…” y que eso nos condujo a su libro, “Todo al costo”, editado por De la Flor (2000). Un dinosaurio que vuelve del pasado, dice y ríe. Claro que también lo podríamos haber entrevistado por ser fundador de I Musi-cisti, conjunto de música – humor, antecedente de grupos como Les Luthiers. O por su par-ticipación en el mítico Instituto Di Tella. O por haber sido el libretista de varios espectáculos teatrales de Tato Bores. O por ser el creador de publicidades que han impregnado el imaginario popular (No va a andar, Dame otra piña, entre otras tantas). O por ser el dueño de Big Mamma. O por ser un niño con cuerpo de adulto que viaja hacia Ithaca.

TATO Y YO.

Jorge Schussheim es, entonces, un ilustre desconocido. ¿Tiene algo que ver con Renata?, nos preguntaban cuando comentábamos que íbamos a entrevistarlo. ¿Es el hermano? No, el primo. Le escribió guiones a Tato Bores, ¿sabías? ¿En serio? Sí. Jorge recuerda a Tato con mucho cariño: Tato era un tipo extraordinario. Éramos de una barra de amigos, en la cual yo era el menor. Estaba adoptado por esa barra: Dina Roth, Jacobo Timmerman, Ruth Benzacar – la galerista que murió hace poco – y Tato. Entonces recuerda cómo comenzó la relación laboral: Cuando muere Perón, a la semana siguiente, Tato va a grabar y no lo de-jan entrar. Yo ya había escrito shows publicitarios – tres o cuatro – bastante locos; tenía experiencia en hacer shows: estoy casado con Lía Jelín, que es directora de teatro, en ese momento bailarina; habíamos hecho televisión, cosas para chicos donde yo musicalizaba: mi oficio, de verdad, es el de músico. Tato viene a verme a finales del 74’. Me dice: no tengo más televisión, tengo ganas de hacer alguna cosa en teatro; vos, que estás en el ambiente, podrías decirme quién me podría escribir. Le digo: yo te puedo escribir. No, te hablo en serio. En serio: te lo puedo hacer.¿Te animás?. Sí, le digo. Eso fue un viernes; el lunes lo llamé y le dije: vení a casa que tengo un mono; lo leyó y me dijo: sos mi nuevo guionista. Le escribí un espectáculo que se llamaba “Hello Tato”: era la historia de un tipo que pensaba que había llegado al final del camino y, gracias a la creatividad, se reconstruía. Estuvimos nueve meses en el Teatro Estrella; al año siguiente hicimos una nueva comedia musical – las dos las dirigió Lía – en el Teatro del Globo: “Pobre Tato”. Fueron cuatro años sólo para el teatro. Después, creo que en el 80’, volvió con un espectacular de dos horas: era con material mío y con cosas del Gordo Mesa. Yo, en ese momento, hice mi propia agencia: salí como agencia número uno. Tato me dijo: bueno, ya no vas a poder escribir más. No, ya no tengo más tiempo, me tengo que dedicar a ganar guita, ahora. Seguimos viéndonos y saliendo mucho hasta su muerte, en enero del 96’.

Tato marcó, evidentemente, una época en el humor argentino. Era un humor muy diferente al que presenciamos, actualmente, en las pantallas: Creo que cambió la sociedad, hoy es todo mucho más explícito. Y por ahí la mejor manera de decir algo es no decirlo; dejar que el otro elabore, en su cabeza, lo que falta para entender el discurso. Yo descubrí que la mejor manera de establecer un diálogo es por el aspecto inteligente del otro. Y una de las mejores maneras es dejar que el otro haga su parte; porque es un diálogo, si no sería un monólogo. Y, para usar una palabra menemista, me parece que el humor – con excepciones, y notables, por ejemplo la de Alfredo Casero, que es extraordinario – se ha vuelto mucho más burdo.

Humor más burdo como consecuencia de sociedad más burda o las relaciones entre la menemización de la sociedad y la tinellización del humor: cuando empezó el menemismo, en el año 89’, me empecé a dar cuenta de que me estaba chocando con mucha gente en la calle, físicamente. Había mucha gente que me estaba llevando por delante. Naturalmente, eso no era consecuencia del menemismo; si no que el menemismo era consecuencia de esa falta de alteridad. O sea: falta de la idea del otro. Esta cosa de chocarse, de llevarse por delante a la gente tuvo su correlato en la televisión: Tato hacía un humor – yo diría – inminentemente judío: reírse de las desgracias de uno mismo, encarnando en sí las desgracias de todos nosotros. La menemización de la sociedad no fue consecuencia de Menem; Menem es la consecuencia. En la televisión es simultánea con el surgimiento del humor de Tinelli, que no es reírse con todos de mi, si no que yo sólo me río del otro. Uso la palabra burdo; también podría usar la palabra desprecio. Todo esto tiene su contraparte con el tema de la cosa solidaria. En este momento es como que están coexistiendo las dos actitudes, concluye, esperanzado.

ENCUENTRO CON EL DIABLO

El trabajo junto a Tato le deparó a Jorge Schussheim innumerables alegrías. Y, también, al-gunos contratiempos. Era la década del setenta y la noche comenzaba a cubrir el país.
Cuando estaban ensayando el primer espectáculo junto a Tato, la Triple A estaba en plenas funciones asesinas. Yo había escrito una canción sobre la libertad desde el punto de vista nazi, cosa que nunca se había escrito. La iba a cantar Alicia Marino, una notable actriz, una yegua impresionante, que salía con una tanga negra de cuero, botas de cuero, tetas al aire, látigo, gorro nazi. Estábamos a cuatro días del estreno. Los productores eran Santo Biassati y Chacho Marchetti, el teatro era del Gallego García; teníamos muy buena relación. Fuimos a la casa de García – el dueño de Crónica – y me dicen: Jorge, nosotros te bancamos todo, tenés todo nuestro apoyo, pero si vos dejás esa canción nos van a matar a todos; es tú decisión, si vos decidís dejarla, la dejamos. El espectáculo era una provocación: muy anti nazi, muy anti lopezrreguista. Los Falcon verdes daban vueltas a la manzana todas las noches. Decidí reemplazarla por otra canción sobre la libertad (La libertad cambia de cara / se vuelve altiva, lujosa, cerrada, aristocrática / y, sobre todo muy cara, / y te recuerda al caminar que para una minoría, / la libertad no es utopía, ni fantasía, / sino realidad.) paradojalmente escrita por la absoluta falta de libertad que había en ese momento.

La preparación del segundo espectáculo en conjunto con Tato Bores, “Pobre Tato”, también tendría sus contratiempos. Ya corría el año 1976. Escribí una misa: Réquiem de la Clase Media. Aparecían las chicas vestidas de angelitos y Tato hacía de una especie de sacerdote. Quince días antes del estreno se produce el golpe, empezamos a enterarnos de las cosas que pasaban y, a la noche, me agarra un ataque de terror, porque ya no son Chacho y Santo y el Gallego que me dicen: nos van a matar; yo soy el que dice: nos van a matar. Era una cosa ultramontana. Entonces, Lía me dijo: se me ocurre algo, con todo lo mismo, cambialo y hacemos una tragedia griega. Y se hizo una tragedia griega. Al día siguiente del estreno – cuando te das cuenta que el lopezrreguismo y el procesismo eran lo mismo – fui a consultar con un penalista, Elías Neuman – un tipo notabilísimo – y me dijo: mire, por qué no se toma unas vacaciones. Y Jorge Schussheim se fue a México, le ofrecieron inmediatamente un puesto de director creativo pero no aguantó ni anímica ni físicamente.

Volvió. Volví y decidí quedarme acá, en silencio, haciendo publicidad, dice. La dictadura estaba en pleno apogeo. A fines del año 1978 de la Cámara del Cuero lo llaman a Schussheim para montar un espectáculo en Mau Mau. Toda la gente linda del establishment estaba reunida. Yo, ese año, para el Banco de Italia, que en ese momento era de Franco Macri, había escrito una campaña, para el Mundial – tengo mis miserias, también – que se llamaba “Argentina, mi amor”; una cosa muy celebratoria que terminé de grabar el día del partido contra Holanda. Estábamos todos queriendo no mirar, ¿no es cierto? O ha-ciéndonos los boludos. Era la manera de sobrevivir. Nunca pensé encontrarme con el dia-blo, podría cantar Schussheim: Termina la fiesta y me dicen que alguien me quería ver, para felicitarme. Y era Massera. “Muy bueno, buenísimo, je. Muy bueno lo de “Argentina, mi amor”; me alegra mucho que hayamos recuperado a Schussheim”. Estábamos todos en la misma bolsa; era cierto lo que había dicho Ibérico Saint Jean: primero vamos a matar a los delincuentes, después a los cómplices, después a los ideólogos y después a los tibios. Estábamos todos en la misma bolsa, independientemente de que Santucho estaba en el nivel uno y yo estaba en el nivel doscientos veintiséis. Cuando se cumplieron veinte años del golpe, Clarín publicó una página con una lista de prohibidos de doscientos treinta y pico de nombres, dentro de la cultura, y estaba yo.

¿Qué sintió Jorge Schussheim cuando estuvo cara a cara con el diablo? En ese momento no sentí nada – dice – pero cuando estaba vol-viendo a mi casa, a las cinco de la mañana, me oriné encima. Sentí que las balas me habían pasado muy cerca. Sentí que, en ese momento, estaba redimido – entre comillas – con la Marina. Pero no estaba redimido con el Ejército, ni con la Aeronáutica, ni con la Policía. Es posible que pueda ser vista como una actitud funcional hacia el poder, el hecho de haber creado ese comercial celebratorio de un país en plena devastación, como también haber montado un espectáculo presenciado por uno de aquellos asesinos uniformados: No como vidrio, yo sabía lo que estaba haciendo. Pero era a pesar de ser funcional, porque había elegido quedarme acá. No es que lo hacía porque era funcional, lo hacía a pesar de que era funcional porque había decidido adoptar esa posición de silencio público. Lo que no significa que callara mis ideas en grupos chicos. Una historia tenebrosa que nos tocó vivir.

EL DÍA QUE NIEZTCHE LLORÓ

Desde esa tenebrosa dictadura, que inauguró y preparó el vaciamiento de Argentina, pasa-mos a este presente pos Diciembre 2001. Schussheim siente que algún cambio se está pro-duciendo: Creo que el mundo está en plena decadencia. Y como los argentinos somos ex-tremos, hemos llevado nuestra propia decadencia a una explosión que no tenía precedentes. Pero creo que lo que está pasando ahora, todas estas expresiones populares que han ocurrido en el último año y medio, dos años, demarca un abrir de ojos. Por ahí soy dema-siado optimista. Creo que el último gravísimo error popular fue la elección de De la Rúa. Yo lamento mucho disentir con mis amigos peronistas que dicen que el pueblo jamás se equivoca. No: el pueblo suele equivocarse muchas veces más de las que suele acertar. Y, aparentemente, en este momento, la equivocación no está ahí, porque creo que la manera de estar eligiendo, lo que muestran los análisis, está mostrando el deseo de terminar un ciclo, terminar con la decadencia y comenzar con otra clase de crecimiento. Cuando cayó De la Rúa me sentí sumamente optimista; no fue alegrarme porque se cayó este personaje inexistente, sino porque empezaron a surgir cosas que no habían surgido nunca. No re-cuerda, dice Jorge, movilizaciones sociales como las que se están dando en la actualidad: me parece que esta vez está coincidiendo con una decadencia mundial y con unas ganas de resurgir y con, quizás, la creación de nuevas utopías, que habían desaparecido, hace mu-chos años. Por ahí mi generación y la que la sigue fuimos los últimos utópicos.

En su libro, “Todo al costo”; Jorge escribió: Kavafis destaca la importancia del camino por sobre el destino y nos habla de un viaje lo más lento posible, para poder llegar a Ithaca llenos de sabiduría y de experiencias placenteras. / Pero si Ithaca no existiera, el viaje no habría comenzado siquiera. ¿No vale la pena el viaje si no existiera Ithaca? Piensa, dice que la pregunta es buena, arriesga un pensamiento: Lo que uno hace es inventarse Ithacas, per-manentemente. Entonces, por ahí quizás carece de importancia que exista o no. De cual-quier manera Kavafis, cuando habla de Itahaca, está hablando de la muerte, claramente. Y cuando habla del camino habla de la vida, por eso lo quiere hacer prolongado. Quiero de-cir: como no hay elección sobre el destino, lo único que hay es la elección sobre el camino. Seguimos hablando de las utopías y Schussheim vuelve a asociar: esta vez lecturas con pos-turas socio políticas: Yo creo que las utopías, en las generaciones jóvenes, han sido rem-plazadas por el nihilismo absoluto de Nieztche. Me llama mucho la atención que, en los úl-timos cuatro, cinco años, floreció Nieztche, por todos lados. Nuestra generación no hubiera pensado jamás en Nieztche, porque no nos hacía falta, porque había todavía esperanzas, porque había sueños utópicos. Representa el nihilismo, la falta de horizontes, la falta de utopías. Nieztche hablaba del Superhombre ¿No tiene que ver esa propuesta con la utopía? Utopia epopéyica, wagneriana, define Jorge. Y, finalizando con esta relación entre lectura y sociedad, enumera las autores de cabecera de su generación: Veníamos con otra formación, más moderna, más existencialista. Sartre, sobre todo. Marx, también. Desde el marxismo hasta el pensamiento existencialista: eso era lo que nos formaba. O lo que nos marcaba, o en lo que creíamos. Y en lo que seguimos creyendo, concluye este anti nieztcheano declara-do. Y llora y llora y llora Nieztche llora.

EL SÍNDROME DE PETER PAN

Psicólogos del mundo, uníos. Jorge Schussheim se confiesa: Me estoy dando cuenta que ya no me está quedando mucho tiempo para decidirme a crecer, alguna vez en la vida. Cuando yo tenía nueve, diez años – iba al colegio primario y volvía a mi casa, a leer, a sumergirme en mis libros, cosa que hacía de cinco y cuarto hasta las diez de la noche, cuando me obligaban a apagar la luz y entonces me metía debajo de las frazadas con un velador y se-guía leyendo hasta las once o hasta las doce – tomé la decisión de que iba a ser como Peter Pan: no iba a crecer más allá de los trece años; que para un judío es una cifra simbólica, porque es la conversión de niño a hombre. Y creo que lo logré. Toda mi vida he tenido proyectos infantiles. Durante muchos años de mi vida me divirtió, hasta que dejó de diver-tirme. Entonces, hoy, estoy tratando de solucionar la crisis de los treinta, de los cuarenta, de los cincuenta y de los sesenta y estoy viendo qué voy a ser cuando sea grande. ¿Cuál es la ventaja de ser grande? Aceptar los miedos y las realidades de la edad que uno tiene y no los miedos y las realidades de la edad que uno no tiene. Significa, por ahí, pacificarse. Y yo nunca estuve en paz; estoy en estado de guerra permanente conmigo mismo. Quizás esa di-versidad de ser músico, guionista, publicista, y tantos etcéteras tenga que ver con esta deci-sión de no crecer, diría algún analista. El paciente acuerda: El chico sabe hacer todo y quiere hacer todo. Y, en ese sentido, yo siempre fui así: siempre he tenido pasiones diversas. Entonces me hice músico, me hice publicitario, me hice tipo seductor, me hice escritor, me hice piloto de avión, me hice empresario. A veces me siento como Don Juan, que tenía todas las mujeres pero no podía querer a una. No te angusties, Jorge, ¿cuál es tu deseo? Poder vivir mi vida tal como la tengo y no siempre en un estado de ensoñación y de búsqueda; parar un poco con esta carrera. ¿Pero qué pasaría si se detiene esa búsqueda? Llegaría a Ithaca. Por ahí es el momento, uno nunca lo sabe.
Los honorarios, por favor.

SOY LO QUE SOY

Ya lo sabrán: no es muy fácil deshacerse de un psicoanalista. La identidad: uno de los temas predilectos de los descendientes de Sigmund ¿Qué es para Jorge Schussheim ser judío?
Yo soy un judío muy secular, vengo de un hogar laico, no creyente. Sin embargo, “Todo al costo” está lleno de judaísmo. Jorge dice que sí, y que recién se dio cuenta de eso cuando leyó el primer ejemplar, ya editado el libro: Es mi condición, inevitable, así como nací hombre, como nací argentino, como nací en 1940, como soy porteño. Es lo que soy. Una vez a Einstein le preguntaron si no se sentía orgulloso de ser judío. Y dijo: no, no me siento orgulloso así como no me siento avergonzado. No siento nada. ¿Qué sentís vos de ser hombre y no mujer? No lo podés saber: como nunca fuiste otra cosa no sabés que se siente. De todos modos, asiente, ser judío es una identidad fuerte: Porque somos un pueblo muy chico; entonces hay una cosa, a veces, de reconocimiento del otro. Lo que no hace sentirme solidariamente judío con toda la judería del mundo. Muchas veces he vivido esta situación de si es un judío hay que protegerlo, hay que ayudarlo; bueno, pero es un hijo de puta; no importa. Esa actitud corporativa no me va. Mi viejo, que era un tipo muy sabio, decía: cuando un judío es inteligente, es muy inteligente; pero cuando un judío es estúpido, es muy estúpido. Sabía separar esas cosas. Es decir: no aceptar a otro simplemente porque tenga un cierto sello. Yo acepto a todos los argentinos, pero no lo voy a proteger porque sea un argentino: puede ser un represor, un delincuente. Algunas veces tuve razones para sentirme orgulloso o avergonzado de ser judío, tantas ocasiones como tuve razones para sentirme orgulloso o avergonzado de ser argentino. Sin ninguna diferencia de dolor o de alegría.

YO NACÍ PARA CANTAR

Durante la entrevista, Jorge Schussheim deja varias veces en claro que su oficio es el de músico. Lo absorbieron otras actividades, dice, porque se dejó tentar. Mi oficio es el de músico; mi manera de ganarme la vida han sido otras. Músico porque es lo que mejor me expresa y lo que me emociona y, finalmente, la música es lo que me salva. Es mi salvavidas en los malos momentos, en las depresiones. Conozco muy bien el lenguaje de la música; yo vengo de la música escolástica, de muchos años de estudio, de composición, de armonía, de dirección. Su oficio es el de músico, ha estudiado música y – dice, al final de la conversación – le gustaría volver a ser, claro, músico. Quizás tomar la decisión de volver a serlo, o de retomar ese oficio, sea una forma de crecer y evitar psicoanalistas: Puede ser el cambio de la década. Inauguré cada década con un gran cambio en mi vida: a los veinte decidí ser músico, a los treinta decidí ser publicitario, a los cuarenta decidí ser empresario, a los cincuenta decidí hacer gastronomía. Y, ahora, creo que tendría que volver a la primera decisión. Tengo muchas cosas para decir, no dichas. Y muchísimos deseos. Se entusiasma y cuenta sus sueños con respecto a la música: Me gustaría muchísimo, como ideal, volver a mi actividad coral. Formar un doble quinteto.

También cuenta hechos, signos de que ese deseo se está comenzando a realizar: en un espectáculo sobre textos de Fontanarrosa – dirigido por su esposa Lía Jelín-, un tema que Jorge estrenó en un recital, en 1993, en la Fundación Banco Patricios, es utilizado como referente para toda la obra. El tema lo canta la Flaca Varela – explica – y eso lo llena de placer. Aunque, agrega, que ese tipo de canciones estén vigentes, marca un estancamiento en la sociedad: en realidad, todas las canciones mías están vigentes, no por mi propia clarividencia, sino porque el país no cambió nunca, en estos treinta y cinco años, desde que escribí la primera hasta ahora. Me gustaría mucho que dejaran de tener vigencia, que esas canciones se olvidaran y no se cantaran más y ya no fueran representativas. Sería lo mejor. Esos temas, como los de “No todo va mejor …” circulan en casettes viejos que alguien conservó, en copias, casi subterráneamente: los temas comenzaron a volverse como cierto objeto de culto y se están pasando y se están buscando. Me pasó que me dijeron: mi papá, o mi abuelo, era admirador tuyo. Han pasado generacionalmente y se han hecho copias clandestinas. Los proyectos fluyen: Tengo ganas de volver a grabar los temas de “No todo va mejor con ..” – los derechos los tiene Sony, ahora, y no me los quiere dar – y tengo cuarenta o cincuenta canciones que me gustaría grabar. Devolverle a tanta gente lo que tanta gente quiso tener, ¿no? Hay que pagar las deudas, me parece. Y quizás hacer eso significaría reiniciar el viaje hacia Ithaca.

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