Por Quique Pagella.

Las salas de teatro independiente de la provincia de Bs As estamos al borde del abismo. En el caso del Teatro Galpón de Diablomundo, nuestra deuda de alquileres y servicios ya supera, holgadamente, los 200 mil pesos.

Nos dejaron afuera del Desarrollar por deficiencias formales en la presentación, cuya proforma resultaba harto confusa. Nos presentamos en Puntos de Cultura y ni noticias ante un proyecto de fomento de la lectura de la mano del teatro y escritores de la región. Nos dieron el Podestá, sí, allá en marzo y no alcanza. El subsidio de funcionamiento de sala del INT, su presentación, vaga en una nube confusa puesto que no hubo ni hay funcionamiento.

Yo, en lo personal, estoy harto de mendigar a los estados municipal, provincial y nacional para existir. Nos denominamos «teatros independientes» y, en verdad, somos independientes de nada. Y debo ser sincero: el problema no radica solamente en un estado, como el provincial, que no ha activado ninguna política importante para el área cultural, o la teatral específicamente, el problema radica en una profunda crisis cultural cuyas raíces hay que buscarlas en el menemismo, cuyo tibio renacer puede rastrearse a lo largo del kirchnerismo, y cuya estocada letal hay que atribuírsela a dos pandemias: el macrismo y el coronavirus.

Pero hablar de una vaga crisis cultural no ayuda a ver con claridad el problema, puesto que esa crisis involucra múltiples aspectos, un público cada vez más laxo y formateado por el mundo del entretenimiento, alumnos que buscan un pasatiempo y no un oficio, una ecuación económica que de tan injusta hace que el que gestiona gane menos (solo cuando logra apartar algo, y con culpa, para subsistir) que el que da clases o el grupo que circunstancialmente dé funciones en tu sala, un formato jurídico obsoleto, medieval, injusto, estúpido, un proceso de habilitación municipal imposible, psicótico, una incomprensión soberana de la mayor parte de los integrantes del mismo ecosistema teatral (que suponen que el espacio es un bien etéreo, sin propietarios de su existencia, y que tu deber es, en muchos casos, financiarlos), una distorsión costos operativos-ingresos insalvable, más la impericia propia, y comprensible, de los que estamos abrumados por innumerables y simultáneos frentes de batalla, frentes que se han agravado durante los últimos cinco años.

Hay supuestas buenas acciones que tienen el desmérito de humillarte. Ahora desde la representación regional del INT nos piden que realicemos un censo de nuestras salas, y del personal que las integra, para repartirnos bolsones de comida. Yo, personalmente, no quiero esas migajas. A esta altura ya no quiero más nada del estado.

Mentira, querría, aunque la experiencia me dice que es un imposible: Querría, en este contexto, una política de asistencia y fomento que no me enfrente a inextricables formularios online para los que hay que realizar capacitaciones previas vía zoom de modo de completarlos con acierto (si te equivocás perdés); querría un proceso de habilitación municipal sin trabas esquizofrénicas; querría no tener que participar de todo tipo de roscas para sentir que el agua se ha detenido a la altura de mi cuello; querría que esas políticas me ayudasen a ser verdaderamente independiente.

Pero este país, con sus crisis cíclicas y su entramado cultural y político desquiciado, te condena a vivir constantemente en la emergencia.

En lo personal me pregunto qué malsana pulsión hace que padezca con estoicismo el drama de Sísifo y que cualquier palmada en el hombro, o en las nalgas, me dé fuerzas para ponerme de pie y empujar la piedra nuevamente hasta la cima aunque en vano.

Debo confesar que ya no hallo respuestas, es decir, ya no le encuentro un sentido al sacrificio que he hecho durante los últimos diez años. Para colmo, el reciclado de mi actividad profesional, me ha demostrado que trabajando solo para mí, gano más que creando, afanosamente, las condiciones para que otros desarrollen sus actividades en el espacio, recibiendo, a cambio, muchas veces y en consonancia con el hombre insolvente que he sido y que soy, bofetadas de todo tipo, de las metafóricas y de las literales.

Cuando el disfrute de la pasión no supera en intensidad al cansancio que te provoca el sacrificio, hay una solución: eliminar la razón del sacrificio.

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1 Comentario

  1. Alejandro Michelena

    Lamentable es decir poco… Habría que decir, como gráficamente lo hacía hace años un amigo mexicano «Mucho muy lamentable…»
    La cultura independiente, y el teatro en particular, en nuestros países sigue siendo a través del tiempo «la cenicienta» a la hora de los subsidios.
    La posible excepción es, por razones históricas, México. En el Cono Sur, ni hablar de políticas culturales coherentes. En Uruguay, por «graciosa concesión ministerial» permiten el recomienzo de la actividad teatral con protocolos delirantes, como la distancia de varios metros entre los actores por ejemplo. Y las ayudas, en este caso, una limosna.

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