Por Jorge Polanco Salinas.
Poemas que forman parte de “Sala de Espera”, editado en Chile por Alquimia, Santiago 2011; y en Argentina por La funesiana, Buenos Aires 2019
[1]
Una acción de arte
en Nueva York, París o Santiago
no es la misma acción de arte
Los rostros inventariados del hambre
esculpen los soportes fósiles
maquillados fuera de escena,
en los extramuros
cada copia fiel es una contaminación,
una enfermedad virulenta
inscrita en la serie repetitiva,
lapsus
de un cuerpo de citas
como si los cuadros
sirvieran de marco de autoprotección
y los desencantos de la historia
retornaran en cada época
con su cuadro vengativo
como si un avión repartiera desde las alturas
manuales de resistencia en las zonas reprimidas.
Una acción de arte
no es la misma
con un vaso de leche derramado
bajo el cielo azul o,
de frontis al museo,
vociferando cómo la pobreza
debe ser representada,
como si los camiones
derrumbaran los muros vedados de la ciudad
y la vanguardia dinamitara
las trincheras enemigas —junto a las del pasado—
con el discurso exitoso de los desvalidos
en la galería de un videoarte.
[2]
Cuando todo parece tan lejano
nos vienen a decir lo que es la vida.
El arte —qué grosería—,
no se socava la ciudad en los extramuros;
los ojos sólo distinguen la noche del parpadeo,
ese escuchar la playa bajo el agua:
los oídos de los muertos
se destapan inmersos en el mar.
Vivimos entre imágenes que parecieran
sacadas de tarjetas postales,
las nubes tormentosas y oscuras en el camino,
un viaje lento e inevitable,
la necesidad de volver a la orilla,
sin religión pero con espasmo ante la caída de las olas.
Los enfermos se confunden entre sí como los desaparecidos,
en la espera y el desvarío
preferimos mirar, y sentados en un hogar
al borde de las rocas, algunos desaparecen
a través de su viaje pincelado de grises.
Pero el susurro de las olas y las palabras
no alteran lo que sabemos de verdad,
una caída libre también es una acción de arte.
[3]
No basta equilibrar la violencia,
impugnar los paisajes erosionados del desierto,
quemar las nubes en el cielo
y decir “somos víctimas”.
No basta aborrecer las palabras antiguas,
reemplazarlas por pistas musicales
y seguir con esta cosa del canto y el anteparaíso,
el estilo contenido en la aguja de acero,
una fórmula química sediciosa:
el cuentagotas derrama una imagen
cerrada en un nudo ciego,
cae, cae, como a gajos,
en el agotamiento de vivir en un país
donde todos somos forasteros,
amanecer con el acre sabor diario del extrañamiento,
mirar nubes de cuerpos remozados
y, a lo largo de generaciones, usados
como pruebas de laboratorio en un quirófano
Esa angustia de cenizas albergada en los ojos,
cuando la muerte, al final, es una peste,
la casa nueva nunca concluida
arreglada a retazos por un inquilino sospechoso,
la defensa del pueblo
extirpada de la raíz callada y sanguinolenta,
hijos de la tierra supercivilizados,
antes éramos esclavos, hoy rencorosos y ladinos,
un videoarte es la excusa de purgar el resentimiento,
los bárbaros que esperan a los bárbaros,
la cuota eugenésica defendida con argumentos oficiales
como si dijéramos “tenemos un plan”,
una guerraganada por los cuarteles de la historia,
por supuesto, al final todo es político,
el campo de batalla es una naturaleza menesterosa,
una tierra confinada en sus angustias
que crece con la hierba maltrecha
aferrada a grietas rocosas y silentes
al borde,
alguien dice palabras
La Comunidad LAMÁS MÉDULA CLUB te necesita para seguir creciendo.
Para que tenga voz tu voz.
Asociate Texto del enlace
0 comentarios