Por Jorge Hardmeier.

Ediciones Lamás Médula ha publicado “Lo que teme la noche”, un libro bellamente editado con fotos de Daniel Berbedés y poemas del actor y humorista Diego Capusotto. En este 2020 de contexto tan pandémico Diego se prestó a una amable y seria charla telefónica.

La mirada de los otros

Gran sorpresa se llevará aquel o aquella que aborde la lectura de “Lo que teme la noche” si espera encontrar el humor característico y la desprejuiciada mirada sobre la realidad que abundan en los programas de Diego Capusotto. Este es un poemario que hasta se podría calificar de oscuro y existencial. Búsquedas y fracasos, destinos, derrotas, la idea de Dios y las diversas formas de la muerte son algunas de las temáticas que conforman la cartografía de un libro cuyo texto es acompañado por las bellas fotos en blanco y negro de Daniel Berbedés. Otra faceta Capusotto emerge en esta obra, la de un poeta profundo y humano, demasiado humano.  Diego y su visión de cómo abordará el/la compradorx de su libro la lectura del mismo:

No tengo la menor idea, porque siempre hay un primer impulso que tiene que ver con uno donde, realmente, el público no está presente. Eso nos pasaba también con el programa cuando, con Pedro Saborido, los primeros que nos reíamos éramos nosotros. Y ahí hay un público que no existe. En algún momento el público no existe y es mejor que sea así porque si no empezarías a estar limitado frente a multiplicidad de ideas que son fantasmas de uno, por otro lado, y que siempre el público te hace saber que son fantasmas tuyos y que estás totalmente equivocado. Pensar desde alguien que diga: pero uy loco, vos tenés que dedicarte al humor, qué te hacés el poeta, hasta alguien que se sorprenda, hasta alguien que no se sorprenda, porque lo que se lee en ese libro es algo que se desprende de algunos pensamientos que yo tengo y que están puestos en el libro con otro lenguaje, que es un lenguaje de la poética, que no sabría definir pero claramente yo no hablo como en el libro. En el libro hablo mejor de lo que hablo en lo cotidiano. Todas las imágenes que yo tuve para el libro, no las tengo en la cotidianeidad. Cuando las tengo las puedo colocar, en este caso en el libro, o en otro caso para un personaje o en una situación para la ficción actoral, o lo que se me ocurra hacer, desde un monólogo hasta algo que pueda hacer con Pedro. Ahí yo creo que uno  es mejor de lo que es. Y es siempre un pensamiento personal y solitario, porque después lo que pueda pasar con la gente en algunos casos es imprevisible. Alguno dirá: uy mirá, no te tenía en esto y otro te va a decir: la verdad es que me gusta más como escribís que como actuás y mirá que me gusta como actuás y vendrá otro y te dirá; sabés que pienso que está atrás lo que siempre quisiste hacer y lo hiciste después, o sea, te lo salteaste con la actuación y apareció esto… Imagínate que viene otra persona y te dice: loco, mirá, me gusta más lo que escribís que Artaud, vos vas a decir: uy, loco, ¿te parece? Y el tipo está convencido de que sos mejor y vos decís, y bueno, qué sé yo. Después viene otro y te dice: no entendí nada, te pusiste serio. Lo que no quería hacer era la gran prensa, no quería estar con alguien que empezara a hacer una especie de sobrevaloración de esto. Quería evitar eso de en letras grandes y brillosas. Quiero, simplemente, que circule el libro. Como no quiero, por otro lados, como hablaba con Pedro, volver con el programa y hacer el gran regreso, como Perón en el setenta y dos, porque es generar una expectativa sobre algo que ya es conocido, al programa hay que volver con cierto respeto, como si te dijera: mirá, venimos de ganar diez partidos seguidos, y ahora jugamos con un rival que es más flojo, a lo mejor, pero no hay porque relajarse. Y con esto del libro no quería hacer: la veta desconocida de Capusotto, en letras grandes. No. Y es inevitable que lo vayan a decir, obviamente. Es como ir a lo de Viviana Canosa y leer una poesía. Ir a lo de Viviana Canosa y que te diga: mirá, no te tenía como poeta, qué increíble. 

¿Cuál fue el origen de este libro de poemas que probablemente no sea mencionado en el programa de la conductora devenida en opinóloga política? ¿Cómo fue el trabajo que conjugó los poemas de Capusotto con las fotos de Berbedés?

Empecé a mandar a algunos amigos cosas que yo iba escribiendo, no es que me senté y dije: voy por el primero. Empecé a mandar algunas cosas a un grupo, Mística de Villa Luro, entre los que está Daniel Berbedés y en el cual hay cuatro personas más con las cuales nos juntamos una vez por mes a beber y esas cosas, a encontrarnos en rituales muy queridos, entonces Daniel dijo: mirá qué bueno, en referencia a algo que yo había escrito, entonces él que es actor, fotógrafo, entre otra cosas, agarró una foto que tenía relación con algo que yo había escrito. Y, de alguna manera, no sé si es que ha completado lo que yo escribí pero sí en términos de otro lenguaje, se pone algo ahí en simetría, en paralelo. Y se nos ocurrió, no sé si a él o a mí, o a los dos al mismo tiempo, de juntar foto con poesía y hacer algo, entonces dijimos: vamos para adelante. Le iba mandando poesías y él tenía un trabajo doble, porque entre todas las fotos tenía que elegir alguna que tuviera alguna relación y que contara por sí misma, no era: esta es la foto que pertenece a esa poesía, sino como una foto que irrumpe en esas poesía, que tiene un tipo de relación que luego el lector encontrará o no. Así que nos pareció interesante construirlo así, de esa manera.

Toda la vida tiene música

En “Lo que teme la noche” hay un buceo en el valor y los límites de la palabra. “(…) ninguna palabra logrará desnudarnos” escribe Capusotto y, entonces, surge la cuestión del lenguaje, su uso, su poética y, muchas veces, su manipulación:

A mí me parece que ahí aparece algo de como el lenguaje es utilizado para negociar, también. Eso que no se dice, eso que está por decirse. Todo eso por lo que uno, también, es atravesado. No es que el otro no dice lo que tiene para decir, también es uno el que no dice lo que tiene para decir. Eso que se dice del lenguaje como mediación, está presente también. Por eso uno escribe con otro lenguaje, ¿no? Yo no hablo como en el libro. Hay como otro lenguaje que tampoco está dicho a alguien en particular, está arrojado ahí. Y, para quien lo lea, circulará de una forma especial, que yo desconozco, por otro lado.

Diego es futbolero, hincha de Racing, peronista, padre y también melómano e investigador musical. Y en la educación sentimental sonidos y letras se entrecruzan. Su formación:

No tenía  un ejercicio de leer, con la lectura siempre me pasó que es como que me toma, en un momento empiezo a leer algo que, si me impacta, tengo una relación muy emotiva con lo que leo. Cuando me hablás de un disco me aparece el primer disco de King Crimson, por el momento en que lo escuché, por cómo sonaba, por el arte de tapa, por todo lo que significaba como contenido, también, lo que aparecía en la tapa que también aparecía en la musicalidad, en el sonido. Siempre, hablando de lecturas, me aparece Nietzsche, me aparece “El anticristo”, me aparecen los aforismos de Nietzsche, entre otras cosas, ¿no? Me aparece siempre, no sé por qué, esa lectura. Después leí un poco de todo, los poetas malditos franceses, Borges. Y hay libros muy emblemáticos que no leí, por ejemplo “Rayuela” de Cortázar, “Adán Buenosayres” de Marechal es algo que también me debo. Lo último que leí fue “La revolución es un sueño eterno”, de Andrés Rivera que me pareció fantástico. Yo creo que tanto la música como la lectura, en mi caso más la música, detienen todo, solamente existe eso que uno está escuchando o lo que uno está leyendo. Ese Castelli al que se refiere Andrés Rivera, estás ahí, cuando la escritura tiene esa contundencia, también desde lo emocional, hay algo de lo que sos casi como rehén. Te secuestró. Con la música me pasa lo mismo. La música, simplemente, me ha acompañado a mí durante mucho más tiempo, durante el día, que la lectura. Pero con la lectura me pasa que me pongo en alguna lectura específica y después me dan ganas de otra copa, ¿viste?

Y entonces, en la charla, regresamos a la obra, el público, la diversidad de miradas y las múltiples generaciones de sentidos:

Sí. Eso pasa en todo lo que uno hace, inclusive en el programa de televisión. Hay algo que, una vez que está hecho, ya empieza a circular y se va de uno y el otro hace una lectura muy particular, le puede hacer una lectura similar a la que uno también le hizo, o la lectura que hace el otro viene a poner algo que uno no sabía que estaba. Viene a sumar y viene a hacer su propia poética de la mirada, también, frente a lo que uno escribió. Eso siempre es fantástico. Nos ha pasado con el programa. Han visto cosas de lo que nosotros hacemos que nosotros no vimos. Y está bien, porque hay una multiplicidad de miradas.

Todo tiene un final, todo termina

“Lo que teme la noche” es un poemario atravesado por una diversidad de cuestiones existenciales y poéticas. Tal vez, las de mayor preponderancia sean el destino, la búsqueda continua y las diversas muertes que suceden en ese devenir. ¿Tenemos marcado el destino, somos esclavos, cuál es nuestro grado de decisión en ese derrotero?

Sí. Me parece que uno habla, un poco, de lo que tiene para hacer y, además, de los obstáculos. Uno siempre está hablando de ciertas incertidumbres y también sobre ciertos destinos cuya dirección debe estar a cargo de uno, independientemente de lo que se ponga enfrente. Hay una escritura un poco nerviosa de alguien que tiene algún cimbronazo existencial, compartido, me parece que todos estamos atravesados, un poco, por eso. Y es un destino incierto porque, reitero, los obstáculos son también la otredad que en algunos casos es aliada y en otros casos no. Uno está ahí, sorteando problemas y también la certeza de que estamos atravesados por la propia angustia, la finitud, una serie de cosas. Que lejos de entristecernos o de ponerlos listos para la ejecución, también nos hace celebrar ciertos momentos y una manera de enfrentar esa angustia con algo que uno toma de sí para vitalizarse frente a esa angustia. Lo que sí sabemos es que en algún momento termina. Pero mientras tanto hay algo que nos hace circular, con ciertos vaivenes también. Una sensación de incertidumbre y también de certezas, frente a algunas cuestiones. Hay una cierta actitud que está tomada, aun frente a cierto fatalismo. A mí me pasa en la vida, entonces eso está reflejado en lo que uno escribe. Más allá de que, a veces, lo que uno escribe es un misterio, porque está tomado uno por algún fantasma que desconoce, hay que ver si después de dos o tres años escribo lo mismo o escribo otra cosa. Pero, evidentemente, en cierto sentido trágico de la vida, va a estar siempre porque es con lo que uno convive, y también frente a eso hay momentos que son de mucha vitalidad y de mucha felicidad, que para mí son necesarios, porque si no es todo una bolsa de malentendidos y de frustraciones, y también de caos. Hay una manera de distanciarse de eso y de fortalecerse en ese distanciamiento.

Destino, finitud y, también, la figura de Dios confluyen en este poemario de Diego Capusotto. “Padre, ¿por qué te has abandonado?”, escribe. Luego se refiere a un Dios ausente, ¿cómo es la relación entre este hincha de Racing y Dios?

¿Viste cuando Bergman, en sus películas, habla del silencio de Dios? Hay algo que está instituido y hay una relación medio infantil, también, que tenemos con Dios. La relación primera que tuvimos con Dios es de alguien que nos está mirando. Se supone que nos comprende pero, en realidad, primero nos está mirando, nos está observando, vigilando. Frente a eso uno tiene, en principio, miedo y luego una reacción, casi como si uno estuviera diciendo: ¿qué mira este que mira? Y uno empieza a dudar de la propia existencia de Dios, ¿por qué no? De la misma manera que puede existir puede que no y puede ser un instrumento de creación humana frente a, justamente, la finitud. A mí me pasan un montón de cosas, entre ellas la de pensar que es una construcción humana como necesidad para contener la angustia propia de la muerte y de la tragedia, más que la muerte, porque finalmente la muerte es algo bastante democrático en el sentido de que todos nos morimos. Ahora, hay una manera de vivir que es siempre lo más importante, ¿no? Y uno no está pensando todo el tiempo en la muerte, sino, no se podría funcionar en nada. A mí me resulta siempre muy inquietante la idea de: Padre, ¿por qué me has abandonado? Es lo más humano de Dios.  O de Cristo, en este caso. Sabemos que hay un Padre, que es como una especie de padre ausente, porque no está. Conocemos a la figura de Cristo, en la Tierra, ¿no? Y ahí es como cualquiera de nosotros, diciendo que el padre lo abandonó. Cuando se supone que no, que estaba todo como arreglado, como pactado, no sé. Hay una serie de cosas que tiene que ver con Dios. A mí me pasa también con la reencarnación. No me entusiasma mucho la idea de haber sido una cosa antes y volver a serla después, y no tengo memoria de eso, por otro lado, entonces tengo esa misma sensación con Dios, y si realmente no hay nada, si nos morimos y lo que queda es eso que hicimos y es eso y punto y no hay otra cosa, y bueno… Pero hay algo mucho más interesante que es lo que uno hace, finalmente, mientras late. Uno, aun esquivando esa angustia, o haciéndose el boludo, está haciendo algo, también. Uno produce. Uno crea, que me gusta más que la palabra producir. Uno está ahí curioseando, que también es una palabra que me gusta más que producir. Y, entre toda esa ensalada, aparece también la idea de Dios que uno, finalmente, no está muy seguro de si existe, y tampoco está muy seguro de que no, porque también uno necesita la idea de Dios, aun dudando. Son todas pequeñas escaramuzas que uno hace para paliar la angustia. En el hacer, digo, hay una forma de retrasar la muerte u olvidarla por un rato, vivir como si la muerte estuviera, por lo menos, lejos.

“Lo que teme la noche” poetiza y navega sobre una diversidad de muertes: las masacres, la propia, las de otrxs, las que ocurren en vida:

También supongo que lo de la pandemia, más allá de haber tenido cinco personas de mi afecto que fallecieron en dos o tres meses, también apareció en el libro. Y en donde la muerte aparece ya como una figura mucho más fantasmal, algo que aparece y dice: nadie sabe quién soy y nadie sabe cómo combatirme. Eso también irrumpió en la escritura, independientemente de que la idea de la muerte está presente en uno, y más al acercarse a un final que es inescrutable, que tiene que ver con el paso del tiempo y de acercarse, lentamente, pero firme a un estado, si se quiere, de más indefensión, que es la vejez, cuando la maquina comienza a tener algunos desperfectos, que son reconocibles. Esa idea del final, ya no como una cosa de cierta tristeza, porque también, frente a eso, uno empieza a rever todas las cosas que hizo, todas las cosas que  tiene para hacer, y eso también pone un bloque, o por lo menos hace que el final sea más digno. Uno no se sienta para escribir una suerte de biografía o diario íntimo.  Si hay algo que está alejado de un diario íntimo es esto.

Otra de las facetas de la muerte en “Lo que teme la noche” y ya relacionándolo con la historia política argentina, es la manipulación de los cadáveres, una suerte de fascinación por la necrofilia.

Sí, claro. Es eso que se quiere asesinar para siempre. Lo del cadáver de Eva es claro. Es como una especie de danza macabra, donde realmente se quiere matar a alguien una vez muerto, ¿no? La más absoluta apropiación de una idea que tiene que ser aniquilada, que se hace porque saben que no va a suceder, o es el propio miedo de, a ver si no sucede esto de aniquilar la memoria, en este caso de Eva, lo que hizo y lo que representa. Eso es una matanza, claramente y después las cosas que pasaron, los treinta mil y el bombardeo del 55 y los ejecutores que, ya sabemos, siempre, de qué lugar vienen. Todo eso está en uno, simplemente es eso. Uno no apunta hacia algo determinado sino que todo es determinante para que salga eso, ahí, en el papel.  Entonces aparece, también, de lo que uno está construido.

La noche avanza en Buenos Aires, la ventana de mi cuarto encuadra la creciente oscuridad.

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