Por Virginia Janza.

Se murió Maradona, me dice mi hermana, en medio del agite del día. Noviembre, cierre de notas, fucking año de cuarentena, pandemia y virtualidad con capacitaciones precarias y escaso reconocimiento a la inmensa, inmensa actividad y responsabilidad que nos toca a les docentes.

Se murió Maradona y no lo puedo creer, no quiero. Googleo y confirmo que esta vez es posta, esta vez ocurrió, no es joda.
Sin embargo, hay que seguir dando clases y respondiendo mails y consultas y llenando planillas y sonriendo y entendiendo cada caso en medio. En medio: un apagón.

¿Qué dirá cada quien? ¿Cuántas llamitas más se encenderán con ese fuego?

Me da tanta tristeza. Pienso en sus últimas saliencias públicas y en cómo el mundo capitalista y patriarcal lo aprovechará a su manera, en nombre de un feminismo, sin hacerse cargo de quién era real, global, profundamente, Diego Maradona. Ni de a quién se erigió como o quiénes lo erigieron como Diego Maradona. Ni mucho menos a quién se condenó por ser Diego Maradona, obviando lo que quizás propulsó que el Diego fuera el Diego.

Yo me pregunto, ahora que no está y se escucha un silencio funesto y tantxs como yo cargamos con esta orfandad, este sentimiento de pérdida que no tiene retorno, ¿quién era Diego Maradona?

Si, como decimos en sociolingüística, nos comunicamos con tres preguntas de base que determinan cualquier vínculo, quién soy yo, quién es le otrx y quién piensa le otrx que yo soy:

quién es para mí Diego Maradona, quién soy yo ante él y qué pienso qué él piensa (o pensaría o hubiera pensado) que soy yo, son tres preguntas que me persiguen y me conmueven y me hacen empatizar con esta muerte tan significativa.
Estos estigmas sociales, más que puntos de partida, son cárceles que prejuzgan y condenan nuestra forma de ser y de comunicarnos con el mundo. Ese mundo chiquito que tejemos todos los días. Que creemos tejer y del que no podemos escapar.

Lo que siento por esta pérdida hoy se ve sin duda sesgado por lo que pienso que Diego pensaría de mí. ¿Él hubiera sido mi amigo? ¿Estaría de acuerdo en que yo sintiera este duelo, esta sensación de apocalipsis nacional y personal?

Le escribo a mis amigxs, guardamos un silencio respetuoso, no prendemos el televisor. Sin embargo, aplaudimos a las diez de la noche, y yo salgo al balcón y grito: «¡Gracias, Diego!». Y aplaudiendo puedo descargar esas lágrimas que me pesan desde que el sol marcó el mediodía, el fin de una era para mí.

 

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