Por Néstor Cólon.

El siguiente texto fue incorporado a modo de epílogo en el ensayo biográfico «Susana Thénon, loba esteparia» escrito por Victoria Alcala para Grupo Editorial Sur.

Susana Thénon estaba entre la espada y la pared cuando la vi por primera y única vez en mi vida. El recuerdo se me impone ante la edición de este libro en La Cactus Collection.

1986, año en el que nació mi hijo Aín, de aquel gol eterno de Maradona a los ingleses, de la victoria final frente los alemanes, de la copa en manos de D10S. Pero la retrospectiva no se agota ahí, 1986 también fue el año en que me acerqué por primera vez a un taller literario. Si bien venía garabateando poemas desde unos años antes, decidí formalizar vínculo con la literatura y, de alguna manera, como ya contaré, esta decisión indirectamente tiene que ver con Susana Thénon. Por aquel entonces vivía en Flores y en algún momento habré pasado por la puerta de Varela 60, donde funcionaba un bar llamado El Conventillo que, a su vez, albergaba a intelectuales bajo el nombre de Informal. Durante la semana en El Conventillo se dictaban talleres de filosofía, literatura, fotografía y plástica. Y los sábados el bar se vestía de gala para recibir escritores, pintores, músicos, fotógrafos que, además de presentar sus obras, conversaban con el público. Sábados muy concurridos a los que había que llegar bien temprano para conseguir mesa.

Entre clases semanales de literatura y sábados culturales, transcurrió mi primer año y así hubiese transcurrido mi segundo, convencido de que estaba entre artistas informales, pero un día apareció Susana Thénon. Estimo que sería a finales de 1987, el colofón de su libro Ova Completa informa que se terminó de imprimir en septiembre de ese año.

La distribución espacial de El Conventillo era un tanto intimidatoria, o al menos así la experimenté cuando leí mis poemas en público por primera vez. Un escenario en medio de un salón, rodeado de mesas por tres de sus lados, y en el lado restante, una pared.

Entre esa espada y esa pared vi a Susana Thénon por primera y única vez en mi vida.

Una figura de mediana estatura, muy delgada, pelo corto y cano, anteojos culo de botella y vestimenta holgada. Un paradójico contraste entre su figura y su actitud desafiante.

Parada sola en ese escenario, dispuesta a leer y hablar de su reciente libro Ova Completa. El libro había circulado durante la semana entre el grupo Informal, con lo cual, estimo, estaban preparados para “presentar batalla” y reaccionaron con un espíritu de cuerpo propio de un conventillo.

Puntualmente Susana arrancó, sin mediar palabra, con un envidiable vozarrón tanguero, arrabalero, cantando “La picana en el ropero / todavía está colgada / nadie en ella amputa nada / ni hace sus voltios vibrar”. El silencio, ante tamaña irrupción, resultó sepulcral. A continuación, leyó, siempre impostando las diferentes voces que habitan sus textos, algunos poemas, pero fue interrumpida por un integrante del grupo, quien la interpeló, palabras más palabras menos, por la “poca seriedad de sus poemas”, lo que desató la tensión contenida en el auditorio. Se escucharon risas, toses, bufidos, en tanto continuó la ronda de preguntas, algunas en tono agresivo. Susana Thénon respondía con soltura y sin enredarse en discusiones vanas. En un momento, invocando a los clásicos, alguien la
trató de improvisada, debido a su actitud irónica respecto de la tradición poética. Ella, inmutable, por toda respuesta recitó de memoria un intrincado poema de Góngora, sin un traspié, con una dicción envidiable. Nuevamente el silencio, incómodo, se apoderó de la sala y dio pie para la intervención del querido Osvaldo Moro, organizador y animador de aquellas tertulias, quien la animó a continuar con la lectura de sus poemas. Al concluir la performance fue despedida con un tibio aplauso, de esos que marca el protocolo cultural para ciertas ocasiones.

Cuando me retiraba alcancé a ver un ejemplar de Ova Completa sobre una mesa vacía. Aprovechando la oportunidad me lo llevé adentro de una carpeta, seguramente pensando que el dueño no lo iba a extrañar. Al llegar a casa lo abrí y encontré la siguiente dedicatoria: “Querido Osvaldo, aceptá esta OVA COMPLETA que siempre puede ser <completada>. Con cariño. Susana. 1987”. Nunca me hubiera animado a devolverlo porque implicaba el reconocimiento de mi robo.

Mi primera lectura, ya de domingo por la mañana, arrojó un resultado parecido al de la noche anterior: está bueno, pensé, me hizo reír, me provocó asombro, pero esto no es poesía. Claro, yo por aquel entonces era tan informal como los informales con los que aprendía a valorar el lenguaje poético. Y el lenguaje poético estaba representado, valga la simplificación, por el feliz e inédito casamiento entre un sustantivo y un adjetivo. Al respecto, en el interior del libro encontré una sola anotación, que seguramente corresponda a una lectura, bastante acotada, por cierto, de alguno de los integrantes del grupo. Son dos versos los señalados con lápiz: “que es madera de la historia / y por lo tanto carbón del tiempo”, y en un margen de la página 36 quedó escrito: “Muy literario!”. En el contexto de emejante libro, se hace difícil entender la observación de alguien que parece no haber entendido nada.

A fines de 1988, ya con el segundo número de la revista Lamás Médula en la calle, sus integrantes comenzamos a replantearnos el rumbo inicial del proyecto, un tanto ingenuo, de difundir poesía sin ningún criterio estético. Empezábamos a identificar las corrientes en boga y a querer diferenciarnos, por ejemplo, de cierto objetivismo postulado desde las páginas de Diario de Poesía, o a tomar distancia de los poetas que reivindicaban el romanticismo alemán como el último reino de la poesía, y acaso encontráramos más empatía con el mentado neobarroso de Néstor Perlongher, o mirábamos con buenos ojos la experiencia poética de Leónidas Lamborghini. Decidimos darle a nuestra revista un sesgo más marcado y emparentado con lo que entendíamos como riesgo, riesgo del lenguaje, salirnos un poco de los andariveles señalados por los movimientos de aquel momento, y también tomar distancia del intimismo que históricamente ha campeado en el género lírico. Es en este nuevo escenario que reaparece la figura de Susana Thénon y su Ova Completa. Proyectamos nuestro tercer número con la imagen de Thénon en tapa y de inmediato (la inmediatez en los ochenta significaba escribir
una carta y enviarla certificada) nos comunicamos con ella para realizar una entrevista. A vuelta de correo Susana mostró su buena disposición, pero pidió que las preguntas las enviáramos por el mismo medio, argumentando falta de tiempo. No recuerdo cuánto habrá pasado, pero finalmente tuvimos nuestro reportaje listo para ser nota de tapa. Incluso Susana aceptó mandarnos un manuscrito con un inédito. La hiperinflación que se desató en Argentina en el 89, se llevó puesta parte de nuestra energía y de nuestra capacidad para solventar el proyecto. Y ese resto que acaso nos quedara fue pulverizado de manera definitiva con el ascenso del neoliberalismo al poder, de la mano de Carlos Menem.

Iba a pasar mucho tiempo, diecisiete años, para que nos volviéramos a juntar con la idea de reflotar el proyecto de Lamás Médula. En 2008 la revista, en este caso en soporte digital, volvió a ver la luz. Y no fue casualidad que las notas de tapa de los tres primeros números estuvieran ocupadas por Leónidas Lamborghini, Néstor Perlongher y Susana Thénon, en ese orden. En 2009 sacamos un número en papel y en 2011 dimos comienzo a esta aventura editorial llamada La Cactus Collection, de Ediciones Lamás Médula. Es por esto que, me llena de orgullo tener este libro en la colección. Un libro que viene a cerrar, de alguna manera, ese ciclo que comenzó aquella noche de 1987 en que la vi por primera y única vez.

Este es un libro que seguramente servirá para profundizar el conocimiento respecto de esta poeta decididamente incómoda para el establishment literario. Aún hoy, la poesía de Susana Thénon sigue resultando provocadora y, acaso, con esta nueva mirada sobre su obra, en referencia a reivindicaciones del movimiento feminista, adquiera un saludable protagonismo.

Desconozco si Susana llegó a tener contacto directo con el corpus teórico del movimiento feminista, pero de lo que sí estoy seguro es que ella misma y Ova Completa, también, vienen a testimoniar una experiencia del feminismo. Ella transitaba y encarnaba el feminismo, le ponía el cuerpo, y es ahí donde entendemos que no estaba representando poemas, sino que estaba poniendo al descubierto esa profunda y recíproca experiencia que se establece, solo en ocasiones, entre cuerpo y texto. Acaso en la confianza de esa mujer que va a un concierto de música y de repente se descubre presa, o en esa otra loca que grita, y nadie sabe muy bien por qué grita, o tal vez lo sepamos de sobra y nos hacemos todos los boludos, y entonces grita más fuerte esa mujer y tiene que treparse, para que la oigamos, al
escenario de un conventillo que hasta ese momento gozaba de la paz de los cementerios.

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