Por Analía de la Fuente.
Hablar de Susana Thénon es entrar en contacto con una lengua que teje su canto sobre la alteridad, lo real y sus reveses. Sus versos emergen desde la queja. Su voz se alza una y otra vez para exhortarnos al movimiento, al grito, pero también, a la quietud y al tiempo propio. Como una paradoja, la diatriba omnipresente en su obra es amparo y guarida para quienes se encuentran en los bordes del lenguaje y, entonces, del mundo.
El poema “Fundación” de Edad sin tregua pide “inventemos palabras, nuevas luces y juegos/ hagamos otros dioses, menos grandes, menos lejanos, más breves y primarios/ otros sexos hagamos, y otras imperiosas necesidades, nuestras”. La edad es la duración que une dos puntos distantes en el tiempo. Atravesar en guerra algunas edades es propio de la vida; hacerlo sin tregua, de seguro, labrará en la memoria de los combatientes un sello de fuego. Cuando Thénon publica su primer libro, en 1958, tiene 21 años. Su breve existencia es capaz de dirigirse y aproximarse al otre, convocando: “inventemos la vida nuevamente”. La voz poética no quiere estar sola en su plegaria, por eso la aparición del nosotres implícito. El sujeto poético propone un camino hacia. Sabe que lo posible abre sendas. Entonces, el poema, como un portal por el que se cruza la realidad, comprendiéndola, se abraza al canto colectivo y avanza. Fundar. Las palabras, los sexos y dios conforman con precisión el eje del deseo. Si el ansia circunda la fe, el lenguaje y el sexo es porque ninguno de ellos ha podido, hasta el presente de la enunciación, abrigar al cuerpo del que la voz se desprende y desperdiga como semilla semántica, poética, rítmica y política. Frente a los dioses grandes y lejanos, hay otro cielo posible, aún ausente, un cielo por venir al que se arriba poema mediante. Cuando la lengua no es suficiente para nombrarnos, entonces la poesía aparece como arma con la cual se dispara y proyecta lo alternativo. Por eso dice Thénon que “en lo imposible también hay casas” y edifica.
El diálogo urgente con la divinidad constituye un aspecto sobresaliente de su obra. ¿Será el misterio, acaso, un modo de desandar lo real en esta poética? El orden divino será aquí múltiple: a esa forma de escucha primigenia que es el dios interlocutor se pliegan las facetas del dios juez, dios fiasco, dios deseo, dios sordo, dios piel y amor, dios verdugo, habitante del cuerpo, virus devorándonos.
La siguiente frase de Mircea Eliade inquieta a Thénon: “en qué medida una existencia sin dios ni dioses, es susceptible de constituir el punto de partida de un nuevo tipo de religión”. Quizás convenga, en base a ello, revisitar su voz a la luz de ese asombro.
El poema “Aquí” de Habitante de la nada (1959) es una invocación y una sentencia: “Clávate, deseo, en mi costado rabioso”, “Aquí la sangre, aquí el beso roto, aquí la torpe furia de dios medrando mis huesos”. El lugar de la enunciación es una batalla entre el deseo interpelado por la voz lírica y un dios cuerpo adentro. La rabia será, si lo logra, directriz de esta tragedia. El cuerpo busca emanciparse de una omnisciencia inoculada desde la cultura, para sacarse de encima toda la multitud de ojos ajenos que lo asedian.
El merodeo de dios ocurre, en ocasiones, desde la incomodidad y el fastidio. El poema “Oración” pertenece también a su segundo libro. Sus versos claman: “Cuándo será definitivo el derecho a soñarse sin verificar números, papeles rotos, sexos, velocidad sin prisa de la sangre. Cuándo morirá el cielo -sus castigos- y el rayo será un niño entre las hojas”. Aquí, la queja insiste y arremete contra un mundo que se ciñe a las jaulas semánticas y a la expropiación del tiempo. De la mano del lenguaje como agente verificador de identidades, aparece un cielo cruel, observador, vigilante, que desde lo alto hace las veces de panóptico, suerte de purgatorio en el que nos exponemos, por un lado, a ser juzgados y sentenciados, y a atestiguar, por otro, cómo el cuerpo deviene “moneda de carne” (la expresión es de Thénon en su trabajo inédito Papyrus). Si la temporalidad de los cuerpos nos es extirpada queda de nosotres algo que no somos (ni nos representa). El tiempo es otra obcecación en esta escritura. El dios tiempo.
En torno al cielo correctivo habrá otro cielo al que se ansía llegar: “el pensamiento quiere desbocarse, quiere llegar a dioses, a los relámpagos del trueno, al nacimiento y muerte de un mar. El pensamiento no puede”. De lugares extraños (1967) es el espacio textual de este poema. En este caso, los dioses anhelados pueden vincularse con el paganismo, con la maravilla de la naturaleza, con los deslumbramientos de la contemplación, que, como la poesía, sólo ocurren a plena conciencia del aquí y del ahora. Esta versión de dios se aleja de las dicotomías religiosas para anclarse en la expresión material de la vida. Pero no alcanza. El pensamiento no logra acoplarse a las emociones, el costado racional se aleja de la comunión entre la voz lírica y el mundo latente que la envuelve. Muy en las antípodas del idealismo platónico y su auriga que conduce entre los astros a sus bestias, este pensamiento “trota bien uncido a un carrito de ruedas pentagonales”. Lejos de la perfección de la rueda, una geometría incompleta nos atasca en la disociación existente entre pensar y sentir. En otro poema de su tercer libro, reaparece lo natural, esta vez, enfrentado al orden secular: “Despertará una vez/ esta milicia de dioses disciplinados/ por un orden de siglos y misterios/ y volverá a su orden natural/ que era el niño, la hoguera, el hontanar (…)”. La escisión como cicatriz, pulsa e insiste, llama.
Lo posible es un surco que los actos van abriendo desde lo real. Cuando la realidad expele y exilia, el cascarón del orden vigente puede empezar a resquebrajarse desde la lengua. La poética de Thénon se atreve a ir aún más lejos: porque, por un lado, afirma: “yo vivo aquí y ahora, donde todo es horrible y tiene dientes y viejas uñas petrificadas”, pero además declara “en mis tierras germina lo imposible” y sentencia “El cuerpo, es nada más que todo”. Hay en estas líneas una clave de lectura, un diálogo entre los símbolos (como terruño y querencia) y lo material (el cuerpo, lugar de tránsito del lenguaje). Podemos acudir a la definición que ella misma ofrece de la poesía cuando dice que es “un puente entre dos extremos ignorados”, para pensar si el cuerpo es también ese puente que media entre las palabras y las cosas, pero, además, entre lo real y aquello que el orden de lo establecido llama imposible. Podemos escuchar de su voz: “Al poema le incumbe todo, aun la tierra más ingrata, la prueba más dura. De su confrontación consigo mismo no está ausente la guerra con lo ajeno”.
A modo de corolario, diré que en Thénon, la amplitud de lo posible habita los umbrales del poema; y es en la instancia de ese pasaje donde lo real y sus cimientos intuyen lo inalcanzable, a punto de ser nombrado, y temen. –
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